04 mayo 2009

I.- La leyenda del traidor VI

Caminaron un corto trecho hasta encontrar a un nuevo grupo de esclavistas, que protegían el acceso a la entrada de la gruta, a la vez que guiaban a algunos grupos de esclavos hacia otras galerías. El ataque fue brutal, en un segundo los liberados habían acabado con los dürska despedazando sus cuerpos con saña. Zohual miró la carnicería con una sonrisa en la cara, volvieron las voces, incomprensibles, gritaban frenéticas, ahora casi todo eran risas, risas histéricas, chirridos más parecidos a una manada de ratas, de pronto, todas se callaron, pudo escuchar su propia respiración acelerada, sentía el pulso en las sienes, todos le miraban expectantes y él dio la orden de marchar.

Por el camino liberaron algunos hombres más, llego a tener una compañía de 20 silenciosos guerreros, todos hombres fuertes, de anchas espaldas.

Hacía días que él no pasaba por allí, pero reconoció aquel pasillo, más ancho que ninguno, en seguida, daba a La Sima, una caverna sin suelo, rodeada por un enorme pasillo creado a base de tablones de madera y fuertes cadenas de metal. Por los laterales del enorme agujero se habían colocado sistemas de poleas, escaleras de mano y linternas de gas, de forma que aquella caverna conformaba el verdadero centro de la mina con cientos de accesos a varios niveles, siempre atestada de gente, en aquel lugar encontrarían una fuerte resistencia.

Era el único lugar que permitía el uso de arcos por la buena visibilidad y la amplitud del lugar, cruzar esos pasillos sería bastante complicado, además tenían que hacerlo rápido pues las pasarelas laterales podían ser cortadas como medida de seguridad.

Al asomarse, Zohual sintió que la luz que reverberaba en los miles de cristales, incrustados aquí y allá, sentía como si le fuese a dejar ciego, tardó unos instantes en acostumbrarse, pero sus hombres, más acostumbrados a esa estancia, ya habían cargado, tendría que adoctrinarlos para que no los mataran tan rápido, vio caer a uno de sus hombres abrazado a un esclavista que le había cercenado un brazo de un hachazo otros tres cuerpos de los liberados yacían a los pies de otro de los esclavistas y dos más venían a la carga.

Los pasillos eran suficientemente anchos como para que tres hombres fornidos caminasen hombro con hombro, pero la ausencia de barandillas hacía casi imposible atacar a más de dos a la vez, el empuje de los esclavistas hizo que varios más de los ex-esclavos cayeran por el hueco, de nuevo cargó el resto, con más ganas de maestría y el esclavista se defendía demasiado bien, además ahora los látigos de sus compañeros ayudaban a desequilibrar a los atacantes.

Quedaban solo 10 de sus hombres cuando Zohual los increpó:

-Volved aquí, nos defenderemos en la gruta.- Todos corrieron aunque uno no fue capaz de escapar cuando un látigo se anudó en su tobillo haciéndole caer, una enorme maza la reventó el cráneo sin piedad.

En el hueco de la gruta, los látigos eran menos dañinos, y la lucha estaba más compensada, aunque ahora eran ya cinco los atacantes. Zohual se lanzó hacia delante con el hacha levantada, pero tuvo que detenerse para parar una maza enorme con el astil de su arma, el tremendo impacto partió la madera dejando al kuhaitín desarmado, pero ante la expectativa de una muerte casi segura, se lanzó hacia el esclavista antes de que este levantara de nuevo su arma y agarró la cabeza con una mano,apoyando la otra en el hombro, el giro fue tan brutal que las vértebras crujieron al partirse y el pobre infeliz calló a sus pies como una marioneta sin sus hilos.

Zohual recogió el arma y la hizo girar frente a él descargándola contra otro esclavista en pleno pecho y luego al restante entre los omóplatos, divisó el panorama. Una decena de cuerpos a sus pies, amigos y enemigos, la sangre embadurnaba su cuerpo, tibia y solo cuatro de sus hombres seguían vivos, destrozando con saña a sus víctimas y bañándose con regocijo en su sangre. Robaron todo lo que había en los cadáveres y recogieron dos armas cada uno.

Cuando asomaron de nuevo a La Sima los esclavistas corrían hacia las grutas y cuando las pasarelas estuvieron libres las cadenas empezaron a correr dejando caer los pasillo. El camino estaba cortado y, si volvían atrás para tomar otra gruta les estarían esperando y ahí, no había victoria posible.


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El Traidor Negro by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

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