12 junio 2009

II.- Libertad II

El Traidor se levantó mientras aún todos dormían, solamente un grupo de tres guardias protegían la entrada, los últimos ataques de los esclavistas habían sido bastante precipitados, alguien estaba perdiendo los nervios y aquello les había favorecido, tenían decenas de flechas y cinco arcos, suficiente material para mantener a sus sitiadores a raya.

Zohual se acercó a sus hombres apostados en la entrada, les indicó que iba a salir, dos de ellos le acompañarían y el otro se quedaría allí para despertar a los demás una hora después, advirtió al que se quedaría, un fornido hombre de tez pálida y sin pelo, con el cuerpo cubierto de cicatrices rituales, de lo que le pasaría si se enteraba de que no había cumplido sus órdenes, notó un ligero escalofrío en el cuerpo del hombre que le hizo sonreír mientras dentro de su cabeza cientos, miles, millones de risas y carcajadas histéricas retumbaban.

Habían salido hacía horas y aún seguía notando esas carcajadas, como un eco casi imperceptible pero que no cesaba.

No esperaba encontrarse resistencia a corto plazo, de hecho solía enviar batidas de hombres por el corredor que ahora recorrían para limpiarlo de esclavistas, al principio las luchas eran frecuentes pero los últimos días nadie trataba de atacarles por aquel lugar.

Caminaban sigilosamente ocultos en la oscuridad, con cuidado para cubrir cualquier esquina, para defender cualquier posible ataque, desde cualquier dirección. El ligero repicar de los picos contra la roca y las palas escarbando entre los restos le indicó que estaban cerca, pronto se lanzarían sobre los esclavistas, conocía bien aquella zona su plan de fuga siempre se había basado en aquel lugar, durante años su padre había conseguido ocultar una pequeña gruta que varios de los más viejos, hombres que eran menos vigilados por su condición y debilidad habían estado cavando, un desprendimiento había tapado aquel túnel y los dürska lo habían dado por perdido, pero con bastante esfuerzo habían conseguido ocultar allí algunas herramientas.

Zohual recordaba como su padre le contaba que los esclavistas habían torturado y matado a un joven, delante de ellos, por haber perdido aquel pequeño pico, su herramienta, pero el joven no habló y todos rezaron por su alma pero nadie dijo donde estaba la herramienta, con los años aquel incidente casi se había olvidado, al menos los esclavistas habían cejado en su empeño de encontrar la herramienta.

Su sacrificio ahora sería su salvación, hacía bastante tiempo que el aumento de dürska en la mina había conseguido evitar que siguiesen cavando aquel tunel inacabado, su abuelo había estado convencido de que quedaba poco para encontrar la salida, a penas unos metros para la libertad.

Pero Zohual no iba hacia allí, no había hablado a sus hombres de aquella salida, nadie había cavado allí, no era el momento, todos creían que cargarían contra la entrada principal y conseguirían escapar con vida, pero él sabía que aquella era una misión suicida, aunque no la había descartado.

El traidor siguió caminando, lentamente al principio, más deprisa luego cuando sus pasos ya quedaban acallados por el repiqueteo de los picos en las cavernas cercanas, atisbó la luz que salía del túnel y ordenó cargar, pero les estaban esperando, una flecha derribó a Hafat a su derecha, había tres dürska aguantando la carga, pero Zohual estaba frenético, se lanzó sobre uno partiéndole el cráneo con el hacha mientras levantando el puño izquierdo envuelto en cadenas reventó la nariz de otro, pero su otro guardia había corrido peor suerte, una maza le había destrozado el hombro y el sobre infeliz estaba tirado en el suelo sollozando, El Traidor levantaba de nuevo el hacha cuando sintió un cosquilleo en la espalda y miles de voces se unieron para gritarle -tírate al suelo- mientras rodaba por el suelo vio dos hachas pasar por donde había estado su cabeza, aquel no era un esclavista, vestía ropas grises y negras que le hacían casi invisible, una máscara de acero pintado con carbón le cubría el rostro y el cuello, las dos hachas no eran las de los esclavistas, aquellas armas estaban hachas para la batalla, eran más grandes a pesar de lo cual parecían más gráciles, más ligeras.

Aprovechando la propia inercia del giro el enmascarado volvió a levantar sus armas sobre la cabeza y golpeó de nuevo, Zohual rodó esquivando una de las armas que no llegó a tocar el suelo por milímetros pero la otra le arañó con un chirrido metálico las cadenas que cubrían su torso, alcanzando a rozarle el hombro descubierto que empezó a sangrar profusamente. El traidor gateó mientras su atacante se recolocaba para lanzar un nuevo ataque -a tu derecha- rodó como pudo, esquivando una daga que impactó en el suelo, junto a su cara y rebotó perdiéndose en la oscuridad, el hombre, que ahora solo tenía un hacha, lanzó una maldición pero Zohual ya estaba en pie cargando con su hacha que levantaba con ambas manos, el hombre le esquivó un golpe deteniendo el segundo con el astil, aunque el tremendo golpe recivido le hizo dar un traspiés que Zohual aprovechó para lanzar un puñetazo a la cara, pero antes de que el puño llegara el enmascarado había girado sobre sus talones y se encontraba ya a dos pasos con ambas manos ocupadas por sendas hachas.

-No esperaba menos de tí.- Dijo el extraño con un fuerte acento que no supo identificar.

-¿Quién eres?

-¿Yo?, me llaman Muerte. Van a pagarme un buen dinero por tu cabeza.- Hacía girar las hachas que silbaban casi atronadoramente, Zohual se dio cuenta de que los esclavistas habían huido dejando allí a aquel hombre, sentía como la sangre le corría por el brazo hasta llegar a su puño cerrado.

Zohual sacó una maza de su cintó aquellas armas no eran como las que enarbolaba aquel asesino, pero era lo único que tenía.


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El Traidor Negro by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.