19 abril 2009

I.- La leyenda del traidor IV

El estruendo producido por la cadena al caer había sido ensordecedor a los oídos de Zohual, sin embargo tras varios minutos allí parado, esperando, supuso que nadie más debía haberlo oído, o quizá lo habían confundido con el golpeteo de los picos contra la roca o con una explosión de gas.

Sabía que no tenía herramientas a mano y, por tanto, no había nada con lo que pudiese deshacerse delas cadenas, poco a poco se fue echando la cadena por sobre los hombros formando una suerte de armadura a la que estaban atadas sus muñecas; aunque ahora tenía bastante libertad de movimientos, el peso de las cadenas le empujaba hacia el suelo. Necesitaba beber y comer, quizá descansar sus músculos cargados por haberse pasado días ahí, colgado, pero no había tiempo que pudiera perder.

Arrastrando los pies y sintiendo como los eslabones de la cadena le mordían incesantemente la piel avanzó en dirección a lo que él esperaba que fuese la salida, caminaba palpando las paredes. Una y otra vez se encontraba con que había errado el camino, una y otra vez desandaba lo andado.

Se sentía casi desesperado, los murmullos en su cabeza eran incesantes, a veces podía entender algo, siempre que esto sucedía las voces hablaban de sangre y muerte, risas histéricas acababan con toda coherencia y volvían los murmullos ininteligibles.

De repente lo encontró, había llegado a la entrada de la caverna, lo sabía estaba seguro, palpando la pared había encontrado los restos de la argolla que le había mantenido atado, pero la entrada... la entrada estaba bloqueada. Le dieron ganas de reír y todo lo que asomó a su boca fue aquella risa histérica que había oído en su mente, “les mataré” pensó y comenzó a arrancar como podía las piedras que bloqueaban la entrada, sentía como se la clavaban las piedras en la carne, comos e le rompían las uñas, pero poco a poco estaba avanzando, cada vez arrancaba piedras de mayor tamaño, una se le había caído en un pie y sentía que quizá tenía algún hueso roto, eso no le importaba, solo quería salir de allí.

Horas después estaba eufórico, un pequeño haz de luz entraba por un recoveco, estaba casi listo para salir, pero de pronto se dio cuenta de que todo el trabajo que había realizado no era nada, solo un ápice de lo que le quedaba, un ápice quizá de todo lo que tendría que escarbar, una enorme roca había sido colocada en el centro, habían hecho falta varios hombres normales para moverla, pero él, él no era un hombre normal, apoyó sus mano en la roca y comenzó a empujar, nada, luego tironeó de ella, gritando como una bestia, hasta que sintió que se movía, aunque a penas si la había movido, eso le dio fuerzas renovadas, tiró de nuevo gritando para liberar sus restos de energía, la piedra giró un poco y sintió que se le venía encima, se tiró al suelo rodando para alejarse lo más posible, esquivando así el impacto.

Al otro lado un esclavista estaba observando el interior, espada en mano, apartando los restos de de piedra para acabar con la vida de Zohual, este seguía en el suelo, arrodillado cuando el dürska descargó su hacha hacia la cabeza del esclavo, pero este la esquivó como pudo sintiendo como la improvisada armadura de cadenas paraba el golpe descargado contra su hombro izquierdo, aprovechando el mismo movimiento del giro, Zohual levantó el extremo de la cadena, que tenía agarrado con la diestra y haciéndolo girar de atrás a delante, lanzó un tremendo golpe a la cara del esclavista, sintiendo como los huesos de este se partía un el cráneo comenzaba a sangrar, para asegurarse le agarró de la cabeza y le partió el cuello de un brutal movimiento.

Estaba frenético, las voces retumbaban, ahora todas eran una, cantaban al unísono y reían, supo que no estaban hablando la lengua de los dürska, aunque sentía la sensación que las voces que se elevaban sobre las risas le estaban hablando en una lengua que debería conocer pues era su propia lengua, no alcanzaba a entenderlas. Sentía como le palpitaba el corazón y un ansia carnívora se adueñó de él cerró los ojos mientras arrancaba la carne de la cara del hombre de un mordisco, cuando se hubo saciado, miró el cuerpo, no sentía remordimientos, baño su armadura de cadenas de la sangre de su víctima y tomó sus pertenencias, las piezas de armadura que le podían valer y el látigo y el hacha, luego tomó la cantimplora que había quedado en el suelo y apuró su contenido, sabía a cuero, pero le daba igual.

Un grito animal acudió a su mente y el dieron ganas de aullar con él pero las pudo reprimir, era el momento de alcanzar su venganza y ser libre.


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El Traidor Negro by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

1 comentario:

  1. Estás hecho un artista!!! A ver si me lo voy leyendo en algún hueco...

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