10 mayo 2009

II.- Libertad I

Zohual tomaba cada vez más fuerza, había conseguido liberar a una decena de esclavos y con su ayuda habían asaltado un almacén, la comida les había dado fuerzas y, los esclavistas, se veían superados en fuerza, aunque eran más, su superioridad numérica no tenía cabida contra hombres mucho más fuertes que defendían una gruta por la que solo dos hombres podrían atacar, tras un par de acometidas los hombres libres ya tenían provisiones de armas suficientes por lo que, en más de una ocasión, Zohual había mandado ataques a perseguir la huida de los esclavistas.

Poco a poco el kuhaitín recibía a algún que otro dürska que venía a negociar, pero su respuesta siempre era la misma el negociador volvía arrastrándose con las tripas desparramadas y dos exigencias, que Guirk le fuera entregado junto con un salvoconducto para él y sus hombres, pero del mismo modos, la respuesta era siempre la misma, los esclavistas enviaban un ataque que siempre era rechazado.

Tras lo que parecía una semana de esta guisa, Zohual rechazó un ataque especialmente brutal, sus hombres comenzaban a ponerse nerviosos pues las provisiones empezaban a escasear y el ambiente era cada vez más tenso. Su lugarteniente, un joven de piel muy oscura y pelo rizado, llamado Juguum, se le acercó:

-No podemos seguir aguantando aquí, debemos escapar.

-No, hasta que no nos entreguen a Guirk.

-Pero Traidor, no van a hacerlo, él tiene contactos y no le entregarán, van a esperar que nos quedemos sin comida y entonces nos atacarán, ahora aún somos suficientes para salir de la mina a la fuerza.

-Jug, eres el más apto de mis hombres, tú fuiste guerrero antes que esclavo pero ni aún así te consiento que cuestiones mis órdenes.

-Ahora somos hombres libres, podemos decidir nuestro destino, he hablado con los hombres y vamos a salir de esta maldita mina.

-Sí, sois libres, pero no me dejaréis atrás, me lo debéis.

-Tu rencilla personal no es la nuestra y cada vez somos menos, se nos acaba el tiempo, es ahora o nunca, con suerte los esclavistas nos dejarán volver a la mina, pero lo más probable es que nos maten a todos para escarmiento general.

-No temo a la muerte.- Respondió Zohual poniéndose en pie y amenazando con su hacha al Uksi.- No he visto la luz del sol desde niño y puedo esperar un poco más, pero no seré libre hasta que haya vencido esta batalla.

-Tienes un día.- Juguum le dio la espalda, obviando el arma que El Traidor blandía frente a él.

Zohual se echó, estaba casado, debía ser hora de dormir, no podía enfrentarse a los dürska y a sus hombres, debía olvidar su venganza. Hacía días que le dolía la cabeza, las voces seguían allí, casi imperceptibles pero perennes hacía días que no entendía que le decían pero a veces creían entender la palabra venganza.


Creative Commons License
El Traidor Negro by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

06 mayo 2009

I.- La leyenda del traidor VII

Era el momento, ya no había marcha atrás, volver significaba una muerte segura, Zohual se asomó y una flecha pasó silbando junto a su cara, otra más se clavó a sus pies, pero él había tomado una decisión, se colgó de la pasarela con las manos y, colgando, con los músculos tensos por el esfuerzo, fue avanzando poco a poco, las flechas seguían cayendo junto a él, pero cuando miró para atrás todos sus hombres le seguían, nadie iba a quedarse allí encerrado si había una mínima posibilidad.

Se escuchó un alarido cuando una flecha atravesó el brazo de uno de los hombres libres y este calló, el ruido sordo y lejano del impacto hizo que les encogiera el corazón y empezaran a apretar el paso.

Zohual sintió como una flecha se clavaba entre la improvisada malla formada por la cadena, el dolor era muy molesto, pero notaba la flecha poco clavada, a pesar de lo cual seguía allí alojada mientras la cadena la hacía bailar con cada movimiento del kuhaitín.

Casi habían alcanzado una nueva gruta cuando un hacha salió a su encuentro, instintivamente agarró el arma y la arrancó de las manos del esclavista, un dürska realmente corpulento, para dejarla caer de inmediato. El esclavista se agachó sacando un puñal y trató de clavarlo en la mano de Zohual que lo agarró por la muñeca y titó de él haciéndole caer al vacío, inmediatamente el líder de los liberados saltó hacia arriba entrando en la gruta agilmente, los dos esclavistas que allí estaban le atacaron pero Zohual se lanzó rodando entre ellos y, desde el suelo cercenó la pierna de uno de ellos con su hacha.

El segundo esclavista no esperó y descargó su enorme maza sobre Zohual que aún se encontraba en el suelo, desarmado, pues su arma se había quedado atascada en el fémur del primer hombre. Sintió como el mazazo le partía una costilla, aunque, por su corpulencia el daño fue más leve de lo esperado, antes de que pudiese rematar al hombre caído, el esclavista recibió el ataque de los tres ex-esclavos que habían alcanzado ya la gruta, los hombres despedazaron al pobre infeliz e iban a rematar al herido cuando Zohual los mandó parar.

Las cara de alivio inicial del esclavista, que se agarraba la pierna tratando de detener la hemorragia, se tornó en locura cuando Zohual se acercó a él y, tras arrancarse la flecha de la espalda, comenzó a abrirle en canal con la misma, para luego atarle con un látigo por el cuello y colgarlo de la pasarela, dejando que sus vísceras se desparramaran.

-Este es el destino que le espera a todos los esclavistas de esta mina.- Gritó.- ¿Me oís todos? Zohual es libre y como el Traidor Negro viene a vosotros a traeros la venganza y la furia de sus antepasados. Muerte al esclavista.- El grito fue tan salvaje que reverberó por toda la mina, miles de voces se unieron a el, los látigos empezaron a restallar, pero todos coreaban la venida del Traidor Negro y su venganza.


Creative Commons License
El Traidor Negro by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

04 mayo 2009

I.- La leyenda del traidor VI

Caminaron un corto trecho hasta encontrar a un nuevo grupo de esclavistas, que protegían el acceso a la entrada de la gruta, a la vez que guiaban a algunos grupos de esclavos hacia otras galerías. El ataque fue brutal, en un segundo los liberados habían acabado con los dürska despedazando sus cuerpos con saña. Zohual miró la carnicería con una sonrisa en la cara, volvieron las voces, incomprensibles, gritaban frenéticas, ahora casi todo eran risas, risas histéricas, chirridos más parecidos a una manada de ratas, de pronto, todas se callaron, pudo escuchar su propia respiración acelerada, sentía el pulso en las sienes, todos le miraban expectantes y él dio la orden de marchar.

Por el camino liberaron algunos hombres más, llego a tener una compañía de 20 silenciosos guerreros, todos hombres fuertes, de anchas espaldas.

Hacía días que él no pasaba por allí, pero reconoció aquel pasillo, más ancho que ninguno, en seguida, daba a La Sima, una caverna sin suelo, rodeada por un enorme pasillo creado a base de tablones de madera y fuertes cadenas de metal. Por los laterales del enorme agujero se habían colocado sistemas de poleas, escaleras de mano y linternas de gas, de forma que aquella caverna conformaba el verdadero centro de la mina con cientos de accesos a varios niveles, siempre atestada de gente, en aquel lugar encontrarían una fuerte resistencia.

Era el único lugar que permitía el uso de arcos por la buena visibilidad y la amplitud del lugar, cruzar esos pasillos sería bastante complicado, además tenían que hacerlo rápido pues las pasarelas laterales podían ser cortadas como medida de seguridad.

Al asomarse, Zohual sintió que la luz que reverberaba en los miles de cristales, incrustados aquí y allá, sentía como si le fuese a dejar ciego, tardó unos instantes en acostumbrarse, pero sus hombres, más acostumbrados a esa estancia, ya habían cargado, tendría que adoctrinarlos para que no los mataran tan rápido, vio caer a uno de sus hombres abrazado a un esclavista que le había cercenado un brazo de un hachazo otros tres cuerpos de los liberados yacían a los pies de otro de los esclavistas y dos más venían a la carga.

Los pasillos eran suficientemente anchos como para que tres hombres fornidos caminasen hombro con hombro, pero la ausencia de barandillas hacía casi imposible atacar a más de dos a la vez, el empuje de los esclavistas hizo que varios más de los ex-esclavos cayeran por el hueco, de nuevo cargó el resto, con más ganas de maestría y el esclavista se defendía demasiado bien, además ahora los látigos de sus compañeros ayudaban a desequilibrar a los atacantes.

Quedaban solo 10 de sus hombres cuando Zohual los increpó:

-Volved aquí, nos defenderemos en la gruta.- Todos corrieron aunque uno no fue capaz de escapar cuando un látigo se anudó en su tobillo haciéndole caer, una enorme maza la reventó el cráneo sin piedad.

En el hueco de la gruta, los látigos eran menos dañinos, y la lucha estaba más compensada, aunque ahora eran ya cinco los atacantes. Zohual se lanzó hacia delante con el hacha levantada, pero tuvo que detenerse para parar una maza enorme con el astil de su arma, el tremendo impacto partió la madera dejando al kuhaitín desarmado, pero ante la expectativa de una muerte casi segura, se lanzó hacia el esclavista antes de que este levantara de nuevo su arma y agarró la cabeza con una mano,apoyando la otra en el hombro, el giro fue tan brutal que las vértebras crujieron al partirse y el pobre infeliz calló a sus pies como una marioneta sin sus hilos.

Zohual recogió el arma y la hizo girar frente a él descargándola contra otro esclavista en pleno pecho y luego al restante entre los omóplatos, divisó el panorama. Una decena de cuerpos a sus pies, amigos y enemigos, la sangre embadurnaba su cuerpo, tibia y solo cuatro de sus hombres seguían vivos, destrozando con saña a sus víctimas y bañándose con regocijo en su sangre. Robaron todo lo que había en los cadáveres y recogieron dos armas cada uno.

Cuando asomaron de nuevo a La Sima los esclavistas corrían hacia las grutas y cuando las pasarelas estuvieron libres las cadenas empezaron a correr dejando caer los pasillo. El camino estaba cortado y, si volvían atrás para tomar otra gruta les estarían esperando y ahí, no había victoria posible.


Creative Commons License
El Traidor Negro by Adrián García Maganto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.